jueves, 17 de abril de 2008

Desertores del Opio

Viajamos en un tren. Por la ventana se suceden imagenes. Causan estupor a los demás pasajeros. No a nosotros: Eternos e inconscientes desertores del Opio. Si decíamos que había nieve, había nieve. Si decíamos que había un paisaje rural: las vacas y los pastizales largando humo. Si decíamos un paisaje urbano: La estación 3 de Febrero del ramal Mitre/José León Suarez. Si deciamos Nueva York, podíamos recordar a Andy Warhol con sus caballos y sus mujeres desnudas, podíamos recordar epocas de "Sticky Fingers" de "The Rolling Stones". Pero los días de Nueva York habían pasado (esto los demás pasajeros no lo sabían ni lo habían vivido).
La sensación era como de estar caminando sobre hielo muy fino, como si en cualquier momento algo pudiera quebrarse. El paisaje urbano era el que mas nos gustaba, y el que levantaba menos sospechas entre los demas pasajeros.
Nos hubiera gustado que "el chancho" trajera música o noticias de alguna descolonización. Pero solo se paseaba por los vagones, pidiendo boletos y babeando de rabia ante aquellos que lo arrugaban antes de darselo (algunos lo hacían a proposito, otros simplemente no se daban cuenta).
Uno de nosotros decidió no desertar. Podemos recordar aún su nombre, aunque ya nadie lo pronuncia, (estuvo junto a su cara en la televisión durante meses). Los demás pasajeros tambien lo recuerdan, aunque tampoco lo mencionan para no ofendernos ni hacernos enojar.
Entre nosotros no existe la plata, mucho menos el oro. No existen ni las monedas ni los billetes. No los necesitamos. Nosotros no pagamos boletos, nosotros no hacemos rabiar al "chancho". Nosotros proponemos y disponemos. Si decimos nieve: nieve en blancos copos helados cayendo del cielo. Aquí no hay dios ni amo. Aqui no hay anarquías de ningun tipo: "El chancho" pide boletos, nosotros agregamos los paisajes, los pasajeros viajan en silencio hacia sus trabajos, leen el diario, fuman en el andén, hablan por celular y muy rara vez miran por la ventana.
Hablamos mucho entre nosotros últimamente. Recordamos viejas epocas: recordamos la plazita de "Zárraga", recordamos las cervezas en el kiosco de "Osvaldo", recordamos las "Ballenas Blancas", recordamos a Warhol, recordamos a Eugenio que decidió no desertar, etc, etc, etc.

jueves, 3 de abril de 2008

Hormigas

Estoy sentado en el andén de una estación. No puedo decirles el nombre. Nisiquiera yo lo se. ¿La razón? Estoy ciego. Sólo se que un amigo que trabaja para la empresa que administra los trenes de esta ciudad me sentó un dia en este banco del andén y me dijo que esperara a que alguien llegara a buscarme. No se si fue una broma o si lo hizo para que me sintiera menos solo, pero me dejó un reloj de arena, del cual no puedo sacar ningun provecho mas que el de su esteril compañia.
Ya han pasado semanas y nadie se acerca. Estoy seguro de que nadie, ni una persona, nisiquiera un tren vacío han pasado por esta estación. Lo hubiera escuchado. Soy muy bueno para escuchar, no solo para oír, como la mayoria de las personas, tambien soy muy bueno para escuchar.
Me gustaría que mi amigo venga a visitarme. Me gustaría mostrarle mi risa. Estuve ensayando una risa bastante irritante, pero muy sincera, como la mayoria de las risas irritantes, de esas que se hacen con toda la boca abierta y tirando la cabeza hacia atrás. En realidad me gustaría que venga alguien, cualquier persona a oirla.
No oigo nada, solo ruido de agua, y de vez en cuando una lluvia estrepitosa, pero solo de noche. De día solo escucho agua correr, como si muy cerca de donde estoy sentado hubiera una canilla abierta, el deposito de un inodoro en mal estado o un mar (pero no la costa, sino mar abierto, con un oleaje manso e inmenso).
Es dificil explicar la ceguera. Sobre todo mi ceguera, que no es una ceguera común. No es como la ceguera negra ni como el baño de leche de la ceguera de Saramago. La mia es una ceguera especial. Me dijo, mi amigo que trabaja en la boletería del tren y gusta de leer Kafka, que lo que yo describo de mi ceguera es parecido a lo que las personas videntes pueden disfrutar cuando finaliza la programación de cualquier canal de aire: una interminable lucha de hormigas blancas y hormigas negras, todas contra todas y a gran velocidad. Así es mi ceguera. Eso es lo que veo todos los dias, sentado en este anden, esperando que alguien llegue para escuchar mi risa. Ahora la ensayo, apoyo el reloj de arena en el banco para no estropearlo y ensayo mi risa. Abro la boca hasta que los labios se me estiran tanto que me producen un leve dolor, muestro mis dientes, tiro la cabeza torpemente hacia atras. Repito la secuencia durante varios minutos, intentando buscar la mejor risa, la risa que mostraré al primer visitante que tenga, sea mi amigo o sea cualquier otra persona. Ahora la lluvia, los relampagos, "debe ser de noche" pienso en voz alta como si alguien pudiera oirme. Agarro el reloj y vuelvo a ensayar la risa, cada vez mas fuerte, cada vez intento que sea mas y mas irritante. Me quedo dormido.
El calor del sol me despierta, vuelvo a escuchar el agua, ahora siento que me rodea. Agua por todas partes. Puedo sentir una presencia. Me preparo para mostrar la risa que he ensayado durante semanas. La presencia que sentía se vuelve un sonido, el sonido de unos zapatos mojados que caminan por la vía del tren. Apoyo el reloj en el banco del andén y me preparo para reirme.

miércoles, 2 de abril de 2008

Capitulo 38

Estaba seguro de que era la noche mas fría del año, no podía ser de otra forma. Decidí dejar de esperar de el colectivo y emprendí la vuelta caminando. La campera que llevaba puesta era una campera que sin duda había cambiado mi vida, los abrigos dicen mucho de las personas, y este era perfecto para mí. Me sentía capaz de caminar infinitas cuadras si me lo proponía, podría llegar a donde quisiese, caminando, solo, sin hablar, sin fumar, sin pensar. A esta altura ya estaba cruzando por debajo del puente que corta la avenida Córdoba a la altura de Juan. B Justo, por primera vez no leí la frase que tiene escrita en su borde o baranda, la barrera estaba baja y decidí esperar aunque no haya ningún tren a la vista, ningún auto me acompaña en la espera, el sonido, una luz roja que titila de circulo en circulo dentro de un mayor circulo color negro, el campaneo de las luces coloradas y la desesperación sonora de que no escuchar un tren.
No me inquiete para nada y comencé a leer carteles de viejos candidatos a elecciones pasadas, luego de eso sentí que la vía me invitaba a transitarla de un modo amistoso, note cierta ambigüedad y eso me inmovilizo, minutos mas tarde mientras intentaba hilvanar una decisión me encontré caminando a su costado, por las piedras. Cierto sentimiento de inconciencia me alegraba, me alegraba haber decidido no subirme a un colectivo, me invadía la adrenalina de ver ciertos parajes de la ciudad desde donde jamás los pude contemplar, el sonido de aviso de un próximo tren era constante y el tren no aparecía, no aparecía, tal vez me hubiera inquietado hace unos minutos pero ya no, ahora cruzaba el paso a nivel de la calle Paraguay, lo cruzaba por la vía, sobre el puente, veía los corralones de materiales totalmente deshabitados y tras ellos los lujosos edificios de la calle libertador se levantaban corruptamente inocentes, el viejo arroyo Maldonado pensé por un momento y me senté sobre un durmiente. La campana, esa estupida campana aturdía y profundamente empecé a creer que no pasaría ningún tren por esta vía, no tendría nada que hacer un tren por esta vía, no había nada para el, nada que podamos compartir excepto mi cuerpo, eso seria algo sencillo de deglutir para sus bigotes de aleación de titanio.
Camino derecho, y espero encontrar la próxima estación, comienza a clarear pero con el amanecer aparecen tres enfurruñadas nubes que asoman desde el río, empieza a llover de una manera catastrófica, la temperatura sube unos grados y me pongo la capucha, no se ve a un metro de distancia pero sigo caminando, rápidamente comienzo a pisar sobre centímetros de agua, el campaneo constante ahora es débil en comparación al sonido de las gotas enormes que caen sobre mi campera que hace un tiempo no es impermeable, sigo sin ver nada mas allá de un metro y medio, sigo caminando así por mas de una hora con la hermosa sensación de tener las zapatillas totalmente inundadas, de estar totalmente vencido por la lluvia y de seguir caminando, en ese instante pasa un locomotora en la misma dirección a la que me dirijo, el ruido es infernal, oigo que desde arriba alguien me grita algo y diviso un brazo haciendo una seña con aires desesperados.
Ahí nomás me quede, extasiado y agitadísimo, la lluvia comenzó a calmarse y eso podía ser terrible ya que no sabia con que me iba a encontrar a mi alrededor, sabia que estaba todavía sobre las vías de un tren, sabia que era inevitable que salga el sol, que estaríamos cerca del mediodía y no sabia nada mas.
Todo es claro ahora, mi ropa apesta a humedad y a las dos costados de la vía agua, nada mas que agua, la vía sigue y mas lejos se ve tierra emulando costa, emprendo mi camino y logro ver un pequeño edificio, a esta hora el sol hierve el agua y mi cuerpo comienza a pesarme mucho, el edificio parece muy lejano, pero sigo mi marcha lenta y constante, es una estación y veo a alguien sentado sobre el anden.
Al llegar a la estación, observo al hombre que esta todavía sentado sobre el anden y lo saludo, subo al anden y el hombre comienza a despedir una marea de risas agobiantes y perturbadoras. Sobre el mismo indicando el nombre de la estación, hay un cartel que dice:
“Tres ballenas blancas”.