jueves, 15 de mayo de 2008

Flor amarilla

Parado con la puerta de vidrio a sus espaldas. Admira la inmensidad de Enero y las plantas de su invernadero. No utiliza los nombres que aparecen en los libros de jardineria. Prefiere llamar a las plantas con seudonimos. Los colores de algunas hierbas lo perturban. La caída del tiempo en hojas secas lo hace pensar: piensa en seguir las mañanas con un calendario, tachando los dias con un marcador rojo. El viento muere en la puerta, del lado de afuera, del lado que conversa con el frente de la casa y el jardín de las estatuas.
Ahora (que es en realidad varios minutos despues de haber entrado al invernadero) un ruido lo distrae. Una gota golpea el techo del invernadero. El naranja del atardecer de Enero se despide, apurado por un frente de nubes grisaceas que avanzan hacia el sur. Don Cornelio cierra con firmeza la puerta del invernadero y se refugia entre las plantas. Hay de todas las formas y colores. La lluvia le gusta, le hace recordar las tardes de su adolescenia en el Botanico de Buenos Aires con Silvia. Le hace recordar las manos de Silvia cortando alguna planta y metiendosela en el bolsillo. Le hace recordar los peces carpa de la fuente. Se acuerda tambien del departamento que el padre de Silvia utilizaba como taller: el 1er piso que daba a Las Heras, a pocas cuadras del Botanico. Se acuerda ahora (que en realidad es varios minutos despues de que la lluvia empañe las paredes del invernadero) de aquella vez que esperando el 59 en Las Heras, la lluvia los sorprendiera y Silvia lo invitara a subir al departamento. Se acuerda de sus manos en la espalda, en los pechos de Silvia, entre sus piernas. Besos y fuertes respiraciones. Cuerpos mojados y desnudos que se acuestan sobre un sillón lleno de bocetos y pinturas. Un ruido lo trae nuevamente al invernadero. La puerta esta abierta. Un frio indescriptible le recorre el cuerpo: junto a la puerta ve dos monos, y casi sin querer hacerlo, mira un poco mas lejos y ve un elefante que se acerca a una de las estatuas del jardín.

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