jueves, 25 de octubre de 2007

Los elefantes van al supermercado ...y jamas regresan

Días como hoy los elefantes van al supermercado, rosas, pomposos, y alegres como todo elefante que un día nublado va al supermercado. Discuten torpemente sobre precios y productos, llenan changos y con exagerados gestos los vuelven a vaciar, se miran y vuelven a empezar el circo. Vuelan mermeladas en cantidades extremas, nadie hubiese pensado que estos rosados son tan fervientes consumidores de mermelada de damasco, rebalsan sus carros de todo tipo de colores, rojo tomate, amarillo esponja, naranja balde, azul limpia inodoros e infinidad de tonalidades dignas de un supermercado. Los chicos boquiabiertos, presos en corrales de acero se revolucionan, entran en éxtasis, se ríen fuerte, quieren ser elefantes, quieren mermeladas de todos los colores, gritan, patalean y hacen desbordar a sus mamas, estas se ponen frenéticas pierden la cuenta de lo que gastan y tienen que empezar de nuevo.
El pandemónium general. Una orquesta parece acompañarlos en sus movimientos, la música se torna disfuncional, las góndolas bailan al compás del concierto de elefantes. Las señoras se molestan ante tanto derroche de energía al momento de las compras, les da envidia el ímpetu con el que huelen los tomates. No se explican porque estos rosados se sorprenden ante la curva de un pepino y les enerva que busquen sombra bajo la copa de un brócoli. Rotundamente dobla el enojo que estos paquidermos la encuentren y después de tanta farra tengan su merecido descanso en la verdulería del supermercado.
Ante tanta calma y siesta se gesta la tormenta alrededor de su ojo, caos y tragedia. Las góndolas empiezan a sospechar, el elefante de los pañales se inquieta pero no es considerado, el otro elefante local, el de los cereales de chocolate lo calla nervioso.
A pesar de todo la calma es calma y los elefantes saben descansar, van a morir de paz, dicen. Sus bostezos eternos y sus estremecimientos son la envidia de los repositores, que hartos de arvejas enlatadas quieren soñar como ellos.

II -

Del otro lado del supermercado donde la aridez es extrema, abundan los cartones y las cajas ásperas de colores chillones. Allí la polenta es paisaje y el ser queda supeditado a él, todo se escapa entre los dedos, la razón de los cartones.
Un par de ojos vigilan –todo- astutamente, se mueven velozmente entre los productos. Obligan y mantienen el régimen de entradas y salidas, tanto de productos como de personas.
El régimen de la mirada en la nuca, la rectitud rectificada solo con el sonido de una fuerte respiración, el altavoz busca personas que nunca encuentra, se las trago la polenta, o alguna góndola.
Los rosas se acurrucan, el aire a-condicionado empieza a molestar. Las señoras ya no pasan por donde los tomates y las que pasan les tapan los ojos a sus chicos. La verdulería queda desierta y silenciosa, se escucha un tubo de luz.
No quedo nada.
Se encienden los televisores, las promotoras reparten queso en galletitas, los nenes comen hasta reventar, las señoras compran más queso y los nenes chochos piden más.
Una señora busca desesperadamente arvejas. Los repositores duermen la siesta.
- Paz?


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