miércoles, 16 de enero de 2008

Carta

Carta del doctor Darío Serrano.

Buenos Aires, jueves 17 de Enero de 1983.

Señor Francisco Santoro.
Estimado Francisco:

Hoy no queria escribirle. Pero una cuestion de casualidades me obligó a hacerlo.
Camine por el Cementerio de la Chacarita (ingresando por una de las entradas laterales, la de Newbery) y salí por la puerta principal, caminando por Lacroze hasta Forest. Doble. Vi los colectivos 65. Vi una plaza en memoria de un tal "Santoro", desaparecido durante la epoca del "proceso". El desaparecido es usted mi estimado. Quizas la guerrilla en tierras bolivianas lo hayan secuestrado o seducido. Quizas luzca usted ahora un pañuelo sobre su rostro, un pañuelo que emule al sub comandante Marcos. Quizas este usted tomado como rehen por algun grupo "subversivo" (que palabra tan polisemica). Lo cierto es que aquel Santoro que cedió su nimbre a una plazoleta de Colegiales, no esta mas presente ni menos ausente que usted.
A juzgar por lo que su padre me dijo al telefono, su paradero es realmente incierto. Lo poco que pudo decirme es que cree que ya el dinero deber ser poco (menos de 40 monedas de cobre), razon por la cual se veria usted obligado a volver a su pais, a su ciudad, a su barrio de Colegiales y a su calle (avenida) Forest, con sus plazoletas y sus colectivos 65. Espero que la guerra entre monos y elefantes en Bolivia no haya afectado seriamente nuestros intereses de publicaciones surrealistas.
Aqui el calor es insoportable. El escritorio sobre el cual le escribo estas lineas refleja la poca luz que alumbra un atardecer que acusa las 9 de la noche (21 horas). Cada vez son mas las ballenas blancas que se acercan hasta la costa, cada vez son menos las que preguntan por usted, mi estimado Francisco, en forma de sonidos agudos e irreproducibles en la oscura noche del Rio de La Plata.
El Banco Rio fue derrumbado (aquel nuevo banco de carteles rojos tambien). Los adoquines de la avenida del Boulevard de los Inkas se convirtieron en oro, pero ya a nadie le importa el oro, debido a que los bancos (derrumbados) no pueden convertirlo en gruesos billetes con la cara de algún "Pro-cer" norteamericano...
Bolivia debe lucir esplendida, mi compañero, sin animos de ofender. El salar de Uyuni, el mercado de Oruro, las largas escalinatas de La Paz, la costa del Titicaca en Copacabana... tantos recuerdos vienen ahora a mi mente. Pero ninguno como el del 65, rabiando y resoplando como un elefante, mientras avanza embisitendo el aire caliente de la Avenida Forest, doblando en Federico Lacroze, y pasando (mirando de reojo) por la puerta principal del cementerio.
Quiero preguntarle:

—¿Está usted en Bolivia, doctor Francisco Santoro?

Muy sinceramente.

Darío Serrano.

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