jueves, 13 de diciembre de 2007

Don Cornelio y sus monos

Nada ni nadie. Solamente el cielo y algunas pocas estrellas. Abajo el campo. El campo de Don Cornelio Vargas de Aranzamendi. En realidad no era "su" campo, era el campo de su abuelo, que a su vez habia sido del abuelo de aquel abuelo y que siguiendo una tras otra las sucesiones habia llegado a ser propiedad del padre de Don Cornelio Vargas de Aranzamendi, y que ahora, era del hijo de Don Cornelio, ya que Don Cornelio estaba muerto, pero esto el no lo sabía.
Don Cornelio caminaba todos los dias por el campo, por "su" campo, que era en realidad de su hijo, pero que habia sido abandonado tras la extraña muerte de Don Cornelio. La lujosa casa que conformaba el casco del campo estaba vacía. Don Cornelio se daba cuenta de aquello, aunque desconocía la razón. Tomaba mate tras mate, sin darse cuenta de que el agua se enfriaba. Por las mañanas le gustaba caminar entre las estatuas que adornaban el jardin, junto al aljibe. Estatuas de monos, elefantes y ballenas, de sus antepasados, y de algunas otras personas que no podía reconocer. Hablaba en voz alta y decia incoherencias. Juraba al sol que algun dia volvería a buscar a Ariadna y cortaría el hilo que logró salvar a Teseo del laberinto de Asterión (Don Cornelio amaba secretamente a Asterión, porque creía que era el unico que podría enfrentarse a los elefantes y los monos).
Por las tardes intentaba pescar, pero el miedo a las ballenas del arroyo no le permitía acercarse demasiado como para sumergir su anzuelo en el agua.
Al caer la noche Don Cornelio se encerraba en la lujosa casa (cuyas ventanas habia tapiado minuciosamente) y apagaba todas las luces. Siempre había tenido miedo de los monos y de los elefantes. No de día, porque sabía que aquellos monstruos nunca se acercaban al campo bajo la luz del sol. Pero al caer la noche, Don Cornelio dejaba lo que estaba haciendo (dejaba incluso caer al suelo sus libros de Borges) y corría hacia la casa. Cerraba la puerta principal con una cadena y un candado que había comprado en el pueblo y se acostaba detras del sillón que habia frente a la chimenea. Poco tiempo despues podia empezar a oir las pisadas de los paquidermos, que de tanto en tanto se quejaban de los monos que querian subir a sus lomos para viajar mas comodos. Veia como las sombras de los monos, que intentaban romper las maderas que tapiaban las ventanas, bailaban en la sala en donde los unicos testigos eran Don Cornelio, el sillón y la chimenea.
Don Cornelio aguantaba la respiración todo lo que podía, no para no llamar la atención de monos y elefantes, sino para intentar poner fin a ese sufrimiento inexplicable que es el miedo.
Nunca lograba suicidarse. Se mareaba casi hasta perder el conocimiento, pero nunca habia logrado terminar con su miserable vida.
El ritual se repetía noche tras noche.

No hay comentarios: