martes, 25 de diciembre de 2007

Relojes entre tributos y discos

Dolor en el pecho, en el cuerpo entero. En los brazos, en los gestos. La mirada perdida, dura, fija en algún punto, cualquier punto (da lo mismo).

La noche anterior: El tiempo como enemigo, como un enemigo de siempre. Queremos que se frene, que deje de existir, queremos y no nos hace caso, pasa rápido, como si alguien adelantara las agujas mas rápido que nunca, mientras hacemos el amor, una vez. Solo una vez, no hay tiempo para más. Casi no hay tiempo para besos y caricias. El reloj penetra su cuerpo. Ojala Dalí pudiera cumplir su profecía, ojala todos los relojes del mundo se derritan, se hagan tan líquidos como la transpiración que, ahora, cubre nuestros pechos, que se frotan al hacer el amor.

De pronto, silencio. Besos, un abrazo. Emociones a flor de piel. Odio. Odio hacia el tiempo, hacia el reloj, hacia Dalí.

La mañana siguiente: La cama vacía. La almohada fría, como un cuerpo muerto al que ya no vale la pena abrazar.

“¿Dónde estas reloj? ¿Dónde estas? La puta que te parió reloj. Necesito que vengas, que te recompongas, que hagas que el tiempo pase rápido. Que se vaya este dolor en el pecho, en el cuerpo entero. Que se sequen rápido las lágrimas. Que deje de mirar lejos algún punto perdido sin importancia. Necesito que vengas reloj, que me hagas bien, que me hagas sentir la velocidad de tus agujas, cortando el aire como devorando minuto a minuto, segundo a segundo, día a día. Acercándola de nuevo hasta mi, hasta mi pecho, hasta traer su pecho hasta el mío, sentir su transpiración, volver a hacerle el amor reloj…”

“¿Dónde estas reloj la puta que te parió?” “¿No te das cuenta de que la extraño?”

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